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La cruzada contra su pasado del relojero gallego más famoso de Suiza a través del Camino de Santiago

Patricia Calveiro Iglesias
Patricia Calveiro SANTIAGO / LA VOZ

VEN A GALICIA

Pasandín llegó ayer al Obradoiro junto a su mujer, la canaria Montse, que se unió a su peregrinación desde Sarria. Además, gran parte de su familia gallega se sumó a su emocionante fin de Camino.
Pasandín llegó ayer al Obradoiro junto a su mujer, la canaria Montse, que se unió a su peregrinación desde Sarria. Además, gran parte de su familia gallega se sumó a su emocionante fin de Camino. XOAN A. SOLER

Javier Pasandín llegó al Obradoiro, tras dos meses de peregrinación, reconciliado con su dura historia de infancia en un internado

23 sep 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

«El Camino de Santiago ha sido para mí una terapia. Cuando salí de Suiza, el 16 de julio, llevaba dos mochilas encima: una a la espalda, 9 kilos que a las dos semanas ya ni te enteras que cargas; y otra en la cabeza, la más pesada de todas... pero hoy, esa de la cabeza, es más ligera que nunca», dice deteniéndose en cada palabra Francisco Javier Pasandín Núñez. Conocido por ser uno de los maestros relojeros de mayor renombre mundial, cuenta este gallego nacido en Viana do Bolo que su peregrinación se convirtió en una cruzada contra su dura historia de infancia.

Sus padres emigraron en los años 60 a Suiza, cuando él tenía 2 años, y hasta los 10 vivió con sus abuelos maternos y hermanos en Bousés (Oímbra). «Como era buen estudiante, mis abuelos tuvieron la idea de internarme en un convento y en ese encierro lo pasé mal, muy mal...», relata con la voz quebrada y tomándose un respiro para recomponerse. «Sufrí tres años de abusos y castigos injustos. Son recuerdos de niñez que me persiguen. Vuelven a cada paso y nunca fui capaz de olvidarlo del todo. En realidad, a mí siempre me hizo falta correr. Era mi vía de escape. Hice más de 40 maratones en el mundo entero, incluso gané la Copa de Europa en Suiza en el 2006. Encontré en las carreras y en el Camino de Santiago la solución, pero nunca había peregrinado tantos días ni desde tan lejos como ahora. Esta vez ha sido algo especial», indica un maestro relojero que ha cumplido los 65 años y se jubiló solo unos días antes de emprender esta aventura.

Recuerda que llegó a su segunda tierra a los 13, tras escribir a sus padres suplicándoles irse con ellos. El choque fue brutal, dice: «La enseñanza helvética es mucho más agradable y yo me apliqué a fondo, porque no quería volver a donde estuve. Estudié relojería y acabé en una de las firmas más exclusivas del planeta, Audemars Piguet. Hoy somos muy pocos relojeros restauradores en el mundo y la empresa me pidió que siguiese colaborando con ellos después de jubilarme, formando a otros y ocupándome de las piezas más especiales y complicadas. Como me dieron tanto en este tiempo, no me pude negar», indica Javier.

El mecanismo más antiguo que pasó por sus manos fue, curiosamente, un reloj erótico de bolsillo de 1740: «Tenía una ventanilla de sonería y, al levantarse, se veía por ella la acción del amor». Aunque, sin duda, el trabajo del que más orgulloso se siente es uno que hizo junto a su aprendiz Angelo —un italiano ya fallecido al que recuerda con inmenso cariño y que, afirma con orgullo, acabó superando al maestro—. Pasaron 500 horas para devolver la vida al famoso modelo Universelle de 1899, el más complicado que ha producido nunca la casa Audemars Piguet, el cual preside el centro del fastuoso museo de la empresa. «Es un orgullo para cualquier relojero tocar obras de arte como esta, pedazos de la historia, y devolverle la vida a esos corazones muertos, como un cirujano», subraya un ourensano revivido en su gran viaje jacobeo.

XOAN A. SOLER

Una llegada emocionante

Salió solo de su casa y caminó hasta Ginebra, pero al ver que el recorrido transcurría «por la orilla de grandes carreteras, cogí un tren hasta el inicio del Camino en Francia, desde donde partí de nuevo», explica. Dice que cruzar los Pirineos un día con sol «fue una maravilla», un hombre acostumbrado a paisajes que quitan el hipo como los de Suiza o Galicia. El cuerpo, acostumbrado al deporte, le respondió hasta cerca de la frontera gallega. Pasandín siguió caminando con una inflamación en la rodilla hasta Sarria y reconoce que entrar en la tierriña fue un espaldarazo para él. Se da la circunstancia que tenía dos días para descansar en este punto antes de que llegase su mujer desde Suiza hasta allí, la canaria Montse, quien lo acompañó en las últimas etapas. Y, en el Obradoiro, fueron recibidos por gran parte de su familia gallega en su emocionante llegada. 

Aunque el relojero está ya curtido en las rutas jacobeas (hizo el Camino Portugués, el Inglés, tres veces el Francés...) la experiencia nunca lo defrauda y destaca que «siempre encuentras gente maravillosa, con la que al final compartes cosas que en tu vida no confiesas ni a tus personas más cercanas».