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Catoira invoca a la naturaleza contra unos vikingos con sed de fuego y vino

Rosa Estévez
Rosa Estévez CATOIRA / LA VOZ

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La marea dificultó el desembarco de as seis naves de la flota invasora

07 ago 2023 . Actualizado a las 15:04 h.

Cada primer domingo de agosto, hordas de vikingos cruzan el tiempo y el espacio para tomar al asalto las Torres de Oeste, en Catoira. Hace más de sesenta años que ese fenómeno maravilloso se registra en el Ulla, convertido en una fiesta a la que está contraindicado asistir de punta en blanco: llueve fuego y vino tinto, la auténtica sangre de esta celebración. este. Este domingo, como estaba escrito, las hordas del Norte volvieron a intentar asaltar Catoira. Pero esta vez tuvieron que vérselas con una naturaleza que se conjuró para frenar su avance: seis barcos vikingos, con 120 tripulantes a bordo, tuvieron que lidiar con las corrientes del río, con una tozuda brisa y con una marea tan baja que los obligó a cruzar un mar de lodo antes de poder iniciar la conquista.

Vencer a esos elementos llevó su tiempo. El público que se había apostado al pie del viejo castillo, en el paseo fluvial, o en el puente interprovincial que corona el histórico recinto, siguió con atención el ir y venir de la flotilla enemiga. En primera línea, jóvenes catoirenses ataviados como sus ancestros se tomaban con calma las estrategias defensivas y se divertían lanzándose lodo los unos a los otros. Para cuando los barcos enemigos enfilaron su objetivo y se prepararon para el desembarco, los lugareños ofrecían el aspecto terrorífico de unos monstruos del pantano.

Su estampa, sin embargo, no hizo mella en los vikingos. A medida que se acercaban a tierra se oían con más claridad sus voces invocando a Úrsula. Desde tierra, buena parte del público les devolvía el saludo sin bajar los teléfonos en los que se registraba, hasta el infinito, el desembarco. «Baixade os móbiles», gritaba algún purista cansado de tanta tecnología. Otras voces, sin embargo, pedían que siguiesen en alto: era tal la avalancha de público que esas pantallas repetidas hasta la saciedad eran la única manera que muchos tenían de ver qué ocurría al pie de As Torres de Oeste.

Y ocurría lo que ocurre siempre desde que en Catoira se inició, hace más de 60 años, esta peculiar celebración: los vikingos tomaron tierra, pelearon con el lodo y luego, con sed de «sangue e lume» iniciaron su avance hacia tierra. No encontraron mayor resistencia: el público les abrió paso con reverencial respeto.

A partir de ahí, el recinto de la fiesta se convirtió en un teatro en el que los bárbaros gritaban, gruñían, agitaban sus potentes espadas y componían muecas aterradoras que a más de una criatura no le hicieron ninguna gracia. Se unían, así, a las gentes de Troula y Upsala Medieval que llevaban toda la mañana asombrando a la población que se desparramaba por el mercadillo medieval.

Menos cuernos y las Torres libres de escaladores

Los muros de las Torres de Oeste fueron, durante muchos años, unas gradas monumentales desde las que decenas de personas se garantizaban una espectacular vista sobre el desembarco. Este año, el nuevo gobierno de Catoira, encabezado por el nacionalista Xoán Castaño, decidió poner límite a una práctica que supone un riesgo para las personas y para el patrimonio. Guardias de seguridad y de agentes de la Guardia Civil lograron el objetivo y despejaron las piedras.

Por otro lado, hace años, en Catoira decidieron emprender una batalla contra el uso de cuernos en los cascos vikingos, y ese objetivo parece estar consiguiéndose: el ejército invasor viste cada vez atuendos más cuidados y menos astados.