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El mejor mirador de Santiago es la noria de la Alameda, con vistas a la Catedral o a la Cidade da Cultura

Andrés Vázquez Martínez
Andrés Vázquez

VEN A GALICIA

Andrés Vázquez

Descubrir Santiago como lo ven los pájaros es pan comido cada vez que llegan las Festas da Ascensión, pues su ya intrínseca noria deja a compostelanos y visitantes las imágenes más espectaculares de la ciudad a cambio de un simple billete

18 may 2023 . Actualizado a las 10:25 h.

Nadie entiende unas Festas da Ascensión sin su noria. Cada año esta regresa a la capital de Galicia para convertirse en su edificio más alto, cediendo el foco de todas las miradas tanto las torres del Obradoiro como la de la Berenguela, casi siempre sus propietarias al presidir la Catedral de Santiago. Se ve desde todos lados, igual que desde sus cestas, cuando estas cuelgan en la cima de la circunferencia, también se pueden ver todos los recovecos de la ciudad. Por paradójico que suene, el único mal sitio para verla es la propia Alameda, cuyos árboles tapan tanto el sol como esta estrella, la estrella de las fiestas de la Ascensión.

La experiencia comienza ya en el suelo. Aunque haya que dejarse nada menos que seis euros en subir para girar algo menos de cinco minutos, hay cola desde las cinco de la tarde, momento en el que regresa de la siesta hasta que se vuelve a dormir entrada la noche. Aunque parezca mentira, la noria va bastante rápido, lo suficiente para que más de uno suelte un grito una vez girando por el aire. Contra lo que pueda parecer, hasta la gente con vértigo intenta vencerlo para disfrutar del viaje, que ofrece unas vistas poco conocidas para el compostelano, ese que no es ni turista para subirse al tejado de la Catedral ni visita a diario el monte Pedroso o el Gaiás.

La Catedral no acapara todas las miradas cuando está la noria, aunque desde ella se vea como nunca antes.
La Catedral no acapara todas las miradas cuando está la noria, aunque desde ella se vea como nunca antes. PACO RODRÍGUEZ

De todos modos, un viaje en la noria se siente como volar, como las imágenes de un dron. La lenta bajada, que a veces no es tan despacio, permite ver esconderse a la fachada del Obradoiro entre las copas de los árboles de la Alameda, una estampa a la que solamente le falta la Tuna de Derecho sonando de fondo. Desde arriba se ve también el Ensanche, algo que a muchos les ofrecerá una nueva perspectiva de su casa, del mismo modo que también se sacan unos planos privilegiados de la Ciudad de la Cultura o del campus sur, la casa de la Universidade de Santiago (USC).

Lo que también se ven son las otras cestas. En ellas viajan, al son del viento, desde grupos de amigos a parejas, jóvenes y mayores, haciendo de la noria la favorita de todos desde que comenzó su montaje, hace hoy unos diez días. Ver su estructura, sus noventa toneladas de barrotes ensamblados, supone un atractivo para cualquiera que sepa que todo eso se monta y se desmonta en apenas unas jornadas. Son casi cincuenta cestas, 48 concretamente, 22.000 bombillas led y nada menos que 26 metros por 18 de base. De altura, por su parte, son 54, que sumados a la altura de Santa Susana hacen de la noria el mejor mirador de Santiago, aunque sea temporal.

Una panorámica del Ensanche, con el Pico Sacro al fondo.
Una panorámica del Ensanche, con el Pico Sacro al fondo. PACO RODRÍGUEZ

La Alameda es una fiesta

En general, la jarana se concentra en la Alameda. Desde hace décadas y con alguna que otra polémica ya superada, nadie entendería que las atracciones no se colocasen sobre las cuestas terrosas del parque central de Compostela. En esa pequeña urbe la diversión está asegurada de cinco a once, al menos por semana, con más licencia durante los fines.

De todos modos, no compensa esperar nuevos inquilinos. Por supuesto, la noria preside, pero hay espacio para mucho más. Siguen presentes las clásicas atracciones de siempre, como el saltamontes, los coches infantiles de choque o las camas elásticas. A su alrededor no dejan de revolotear madres y padres, que los niños están dentro, a pesar de la subida de precios que se ha notado este año.

Las innovaciones vienen, por ejemplo, en los trenes del terror. Ya se sabe que la actualidad manda y por ello han adoptado otros colores, dejando atrás el negro y vistiéndose de azul y rojo en honor a Mario, el personaje de Nintendo que recientemente ha estrenado película de animación en cines. Para el paseante es casi hasta agradable su hilo musical, la tradicional canción del videojuego, pero quien esté allí trabajando seguro que no puede más.

El campus sur, con el colegio mayor Fonseca en el centro.
El campus sur, con el colegio mayor Fonseca en el centro. PACO RODRÍGUEZ

Más allá del ocio infantil están las tómbolas, que regalan desde peluches a termos de café. Por más que sorprenda, el regalo de moda de estos últimos años y también del presente han sido los juguetes sexuales, que también tienen su público. Una de las más demandadas es la de las carreras de camellos. Allí se retan amigos y desconocidos, consistiendo el juego en colar bolas por determinados agujeros para que el camello avance en su travesía. Los premios, eso sí, no cambian.

Hay espacio también para la gastronomía feriante, con los puestos de patatas, de algodón de azúcar o de melindres. Estos últimos son uno de los clásicos de la Ascensión, colocándose siempre a las puertas de la zona de atracciones desde el casco viejo. Aunque si el plan es sentarse a comer también hay alternativas, con puestos de pulpo y carnes bajo los árboles próximos a la iglesia de Santa Susana.

Sus propios muros rozan con la noria y, por tanto, con el resto de las atracciones, pero ella soporta estoicamente los envites manteniendo su solemnidad intacta. Su presencia, la de los árboles que dan sombra y la de quienes salen a correr por el parque se mantienen, con fiesta o sin ella.