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El río Cambeda, el santuario escondido del agua

Xosé Ameixeiras
xosé ameixeiras

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Saltos de agua en el Río Cambeda, en Vimianzo
Saltos de agua en el Río Cambeda, en Vimianzo BASILIO BELLO

Las bellezas naturales de Vimianzo son infinitas. Algunas están escondidas, como las pozas, las cascadas y los molinos de este río. Maravilla que un lecho tan pequeño albergue tanta hermosura

25 sep 2021 . Actualizado a las 10:09 h.

Está escondido. Recorrerlo es descubrir un prodigio de la naturaleza. Hay que situarse junto a la iglesia parroquial de San Xoán de Cambeda (Vimianzo), un templo con elementos románicos, barrocos y neoclásicos y una torre de 12 metros. A su lado yace uno de los grandes hórreos de Galicia, de 22, 70 metros de largo y el techo medio derruido.

Hay que empezar a caminar por detrás del cementerio y ya aparece el riachuelo, que en su tiempo alimentó 12 molinos, muchos de ellos ya existentes en el siglo XVIII. Las aguas bajan cristalinas. Alisos y robles hacen de centinelas. Ahora colocaron un puente de madera para animar a los curiosos y ya comienza el espectáculo natural. A medida que el cauce empieza a serpentear y a bajar entre las rocas, el fluido canturrea y aparecen las aceñas, tan viejas que hasta parece que nacieron allí de las mismas rocas. Antes ya quedaban el de Xoanote y otro más y ahora se presenta el de Prado, desvencijado por dentro. Está próximo a un viejo puente de piedra al que le colocaron un caparazón de hormigón que desentona entre tanto esplendor autóctono.

Basilio Bello

Luego aparecerán el Vello, el Novo, el de Vilariño, y aún más. Cinco están escondidos, invisibles, entre el olvido y la maleza del otro margen del lecho. El tiempo los abandonó, pero sus paredes revelan la vida de gentes ya idas, los miedos, los amores, los desencuentros y los gozos de sus usuarios. Sus muelas y sus capas quitaron mucha hambre durante siglos, pero ahora solo reparan en ellos los curiosos. David Roget, un joven vimiancés ilustrado, contabilizó en ellos 42 cruces grabadas, 17 de ellas están en el de Vilariño. Unas llaman a la protección. Otras tienen otros significados.

Entre molino y molino el agua baja rebelde saltando a su capricho entre las piedras y organizando pequeñas cascadas y pozas tan claras que incluso se pueden contar las arenas del fondo. Es como adentrarse en un espacio imaginario, cargado de historias rurales y leyendas. La vista no se cansa de admirar los saltos. Hay un momento en el que el riachuelo aparece dividido formando una isla. A medida que se van sumando pasos aparece primero un bosquecillo de alisos y abedules. Más adelante, una carballeira de especímenes jóvenes da consistencia al paisaje. Hasta llegar a los restos de una vieja central eléctrica. Es de los años 50, pero se apagó definitivamente hace muchos decenios.

Basilio Bello

Al llegar al monte de Vilariño, el río descansa, se remansa, se calma y parece que quiere hacerse grande, pero por poco tiempo. Un molino y la fervenza más bonita de todas las de la ruta retienen la mirada y obligan a la pausa, o incluso al baño en la piscina natural en la que se reflejan las copas de los árboles. Es el Pozo Negro. Otro regalo cubierto de años y años por el velo del olvido y ahora incluida en la senda de Os Segredos do Val de Vimianzo.

En fin, un paraje de unos dos kilómetros que uno puede imaginarse habitado por seres de cuentos y que invita a la ensoñación. Al final del estío aún hay caudal para que el agua caiga por las piedras como lágrimas de emoción por el encanto del lugar. El conjunto suena todo él a misterio, una especie de santuario del agua.

Río Cambeda 43° 05' N - 9° 02' W