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De Madrid a Cedeira, cada año, desde 1956

ANA F. CUBA CEDEIRA / LA VOZ

VEN A GALICIA

Una parte de la familia Belascoaín Basterreche, en un encuentro en torno a la mesa en verano
Una parte de la familia Belascoaín Basterreche, en un encuentro en torno a la mesa en verano

La mayoría de los descendientes de las tres hermanas Basterreche siguen veraneando en la villa

29 ago 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Una de las hermanas Basterreche, ferrolanas (su padre pertenecía a la Marina de Guerra), se casó con un cedeirés, José Yusty Pita. Las tres vivían en Madrid, en el mismo edificio, y en 1956 decidieron pasar el verano en Cedeira. «Desde entonces hemos venido siempre», cuenta José Belascoaín Basterreche, el sexto de los ocho hijos de Blanca, una de las tres hermanas. «Primero alquilamos unas casas en el pueblo y después, mi padre decidió hacerse una, en el 70 o el 71, en la aldea de Vilacacín, subiendo a la ermita de San Antonio. Allí llegamos a juntarnos treinta y pico, entre hijos y nietos. Todos seguimos viniendo, y lo mismo ocurre con casi todos los hijos, nietos y bisnietos de mis tías Concha y Maruxa», relata. Solo los descendientes de Blanca son 102.

José evoca «aquellos veranos de tres meses». «Con siete u ocho años, pasabas de estar en tu casa en la ciudad a venir a Cedeira, totalmente libre. Estabas todo el día en la calle. Había dos uniformes, pantalón y botas de agua, o bañador y chanclas. Era un lujo total, bicicleta y playa todo el día, jugábamos al fútbol con la pandilla en frente del cine Tres de Oros, en la calle, porque solo de vez en cuando pasaba un coche», recuerda. En aquellas pachangas callejeras se fraguaron amistades que perduran, con cedeireses y con otros chavales que veraneaban en la villa.

«Quien viene repite»

La casa de Vilacacín acabó quedándose pequeña y los hijos de Blanca adquirieron sus propias viviendas, igual que algunos de sus nietos. «La utilizamos durante casi 50 años, y en 2017 la vendimos, ya no cabíamos. Yo he comprado en el casco viejo, y algunos sobrinos también, otros en la parte nueva. Hemos traído a mucha gente a Cedeira, y hay amigos de mis sobrinos que también han comprando aquí [su segunda residencia]», explica José. «Y es que Cedeira le gusta a todo el mundo -sentencia-, quien viene repite, es un pueblo cómodo, se come muy bien, hay buenos bares, muy buenos sitios para andar, buenas playas y sol, de vez en cuando, y de vez en cuando no».

Durante años se han sumado a la Xira y a la bajada con las gaitas hasta el casco histórico, liderada por José de Vigo, y como tantos vecinos, añoran el bar O Ramón, que cerró el año pasado, y las tapas de Estrella. Ahora las vacaciones ya no duran tres meses, y cada miembro del clan acude cuando puede, alguno incluso desde Méjico y en plena pandemia. Tito Belascoaín Rivero, hijo de Faustino, otro de los vástagos de Blanca, rememora «aquellos veranos eternos, de libertad total». «Cogías la bicicleta el primer día y la dejabas el último, y ahora me pasa con mis hijos, me despreocupo...», comenta desde Málaga, donde reside. Antes, cuando vivía en Madrid, viajaba a Cedeira una vez al mes. «No me preguntes qué voy a hacer el resto del año, porque no lo sé, pero sí sé que el 15 de agosto a las dos de la tarde estaré en la plaza Roxa de Cedeira», dice, entre risas.

De bodas y embarazos

Los descendientes de las hermanas Basterreche han contagiado su entusiasmo por este pueblo a sus parejas. «A mi mujer le gusta casi más que a mí», asegura Tito. «Si te casas conmigo es condición que te guste Cedeira», aclara su tío José. Tito quería celebrar su boda aquí, pero no pudo ser porque el abuelo de su novia no podía desplazarse desde Málaga. «Mi hermana se casó allí [...] y la rueda sigue, mis hijos sueñan con ir, esperan con emoción». En esta extensa familia, en la que «todos los veranos hay, al menos, una embarazada», Cedeira constituye un vínculo muy fuerte. «Mis tías estaban muy unidas, y nosotros también», asevera José.

Hace tiempo que los viajes «al pueblo» van más allá del verano y hay quien acude en Navidad o el resto del año. Pero ninguna estación se saborea como esta, cuando resurge la sensación de libertad que invade a los niños. «Si de pequeño vas a un sitio, vas haciendo pandilla, y eso se queda para siempre», recalca José, que recaló en Cedeira, por primera vez, con cuatro años (tiene 69), y añora aquel piso con literas, encima del bar Rancho Grande.