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Un altar de los druidas en mi jardín

e. v. pita VIGO / LA VOZ

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e. v. pita

La huerta del monasterio de Celanova esconde secretos que se remontan a milenios: su capilla mozárabe es famosa por señalar los equinoccios y, a 10 metros, hay una roca con un escalofriante detalle que delata ¿sacrificios?

17 jul 2021 . Actualizado a las 18:39 h.

Nunca un pequeño jardín ha acumulado en tan pocos metros tantos misterios que se remontan a la Alta Edad Media, a la época castrexa y quizás al megalitismo. La huerta de los novicios del monasterio benedictino de Celanova podría pasar por el Stonehenge gallego por dos motivos. Por un lado, su capilla sirve de calendario astronómico, pues en cada equinoccio (el día y el sol duran lo mismo, lo que marca el inicio de la primavera y el otoño), los rayos del astro rey cruzan alineados los ventanucos de la minúscula capilla de San Miguel, una joya de estilo mozárabe construida hace casi 1.100 años por el fundador San Rosendo. Este observatorio medieval atrae cada marzo y septiembre a los fotógrafos.

El segundo motivo para que este lugar recuerde al mítico monumento megalítico inglés hay que buscarlo en una peña situada a diez metros del altar y el ábside de la capilla y que guarda un escalofriante secreto ancestral. Se trata de una roca perfectamente alineada con la capilla, con orientación este-oeste, por donde sale y se pone el sol. Tres escalones labrados en la piedra conducen a un cerro (que recuerda a la mesa de un altar), donde alguien, en el pasado, horadó un gran cuenco para la escorrentía de líquidos, quizás sangre. El detalle más escalofriante es que esos canales bajan desde el cuenco a la tierra, lo que recuerda ancestrales creencias que vertían sangre en la tierra para fertilizar las cosechas. Por ello, la roca recuerda a los monumentos megalíticos y los petroglifos. Quizás esta peña fue un altar de los druidas, hechiceros de las tribus castrexas que ofrecían ofrendas y sacrificios. O quizás sean más antiguos.

El rastro de estos brujos aparece diseminado por diversos castros. Basta con visitar la acrópolis del castro de Viladonga, en Outeiro de Rei (Terra Chá), para notar su presencia en un cruce de casas. Allí apareció un misterioso agujero donde se cree que los antiguos sacerdotes vertían las cenizas de los difuntos.

Desde hace siglos, el Pedrón de Celanova estuvo rodeado de leyendas. Los monjes lo reverenciaban en 1620 porque su aspecto, con un cerro en la cima, les recordaba al escenario del Calvario. Les parecía muy sospechoso que la Naturaleza hiciese tanto arte y labrase unas paredes y esquinas iguales como si fuese un bloque o un cubo. En cada esquina creció un ciprés. Sabían que la roca era más antigua que la capilla porque el mismo Arcángel le clavó una cruz tras un milagro. A los monjes también les escamaba que la piedra emergiese en medio del jardín, en un terreno blando y sazonado, pero como su superficie estaba cubierta de flores y maleza no podían hacerse una idea del conjunto. Los más viejos avisaban a los novicios de que la piedra era sagrada, que daba yu-yu.

Lo novedoso es que ahora, el penedo está limpio de maleza y tierra. De la cruz no queda rastro. Ahora son visibles tres escalones y un cuarto muy deteriorado. Nada dijeron los monjes de estos peldaños, quizás porque los desconocían. Con todo despejado, se pueden leer las pistas que esconde la superficie del Pedrón y desvelar sus enigmas.

La situación del jardín, en San Rosendo, ocupa el borde de un barranco desde el que se domina el valle. Monte arriba está el estratégico castro de Castromao, capital de la tribu de los coelernios. Sus campos agrícolas se asientan en Celanova. Quizás pedían buenas cosechas en el altar.